Viaje al centro del exilio

Murió Andrés Rivera. Me enteré esta mañana. Hace unos 15 años, quizás más, lo visité en su autoexilio en Bella Vista junto a Mauro Chocobar y Juan Carlos Simo. De ese encuentro salió una entrevista que quedó tipeada en una máquina de escribir y que perdí; y esta narración* que publiqué en mi libro Sube en la sombra y que comparto más abajo.

No lo conocí a fondo, poco diría. Leí algunos de sus libros y lo respeté por ello. Esto no es una semblanza homenaje, sería un insulto si esto pretendiera serlo, sólo es lo poco que puedo contar de él, sus citas, que lo pintan en sus últimos años y que dejaron en una generación de lectores el pesimismo de una revolución que nunca llega a cuajar y el optimismo de que la misma será un sueño irrenunciable.

*Viaje al centro del exilio

La parábola de humo se desdibuja en el techo, hace una curva y luego otra desde la boca del viejo escritor, que escribe hace mucho y no hace tanto que publica.
La parábola de humo ahora no es más que el resto material de una palabra, y se deshace ante la luz que entra desde la calle.

-Escribir -dice, mientras el cigarrillo sale de su reposo entre los labios- es un vicio inofensivo, que uno sigue porque en mi caso ayuda a vivir.

Esta vez el humo le recorre los pulmones y tarda una eternidad en salir. Le recorre las venas, los alvéolos, mientras se va transformando en respuesta y sale, como la pólvora caliente del cañón.

-No quiero desanimar a nadie, pero quiero acercarme lo más posible a la verdad ¿Qué ocurre con alguien que es un aprendiz de escritor, que necesita de ese vicio para sobrevivir, que cree saber en qué país se mueve, que sabe que cuando abre la puerta hasta el más miserable habla de dinero? -se pregunta y vuelve a fumar.

Sirve jugo de cola en dos vasos de whisky que hacen recordar a esos vasos toscos que se usan en algunos bares. Todo sabe a encierro, pero no es cierto que el extraño exilio pueda compararse con no haber abierto las ventanas del cuarto. Se desecha esa idea absurda por otra que propone el viejo escritor: “salir a la calle desde esta casa es una condena a muerte, en un barrio en el que la vida vale poco, vale nada”.

-No vine acá por turismo, vamos a poner en claro- agrega Rivera, al que el cuerpo pareciera crecerle a medida que su voz se agrava.
-Usted acá no desentona -le responde el periodista- mire sus manos enormes, es usted un obrero de las letras. Se miran.

El periodista odia el cigarrillo, pero esta vez parece estarlo disfrutando, la parábola del humo se quiebra y rodea ambos cuerpos.

-Su exilio abriga alguna esperanza y quiero descubrirla -insiste el periodista temiendo el fracaso.
-Si yo le digo que no tengo esperanza alguna, usted sale de aquí y se pega un tiro…¡Es una metáfora! -ironiza, mientras su cuerpo crece con su voz y el humo ahora es una trampa mortal para los pulmones.
>>Si digo que sí, tengo que fundarlo, entonces lo tengo que invitar al desayuno de mañana.
Acaba el cigarrillo y enciende otro.
-Está bien, dentro de unas horas anochece -dice el periodista sin causar gracia alguna.
-Para mí es fácil hablar de una esperanza porque puedo comer todos los días, comprarme una botella de whisky, no necesito ahogar ninguna pena y tengo demasiados años. Entonces sólo me queda evitar los electroshocks que le aplicaron a Ernest Hemingway, mantener la salud, y confiar en una generación como la de usted -las palabras salieron con ese humo que sirvió para cerrar el cerco. El periodista no quiso ser parte del contrapunto.
-¿Qué quiere que le diga? Ahora me siento responsable, voy a salir de acá a enarbolar la bandera de la revolución y eso que son las seis de la tarde.
-Está bien, le confieso -insiste el escritor-. Una de mis utopías consiste en esto: van a venir y me van a pedir que escriba una nota para un periodiquillo que se difunde, como ocurre con los periódicos que se asumen como revolucionarios, entre poca gente. Eso podré hacerlo, porque de por medio está la artrosis, está la artritis, están las canas, está el cansancio.

Pasaron dos horas y el dibujo del humo que tocó el techo por primera vez claramente ya no está, ahora es una señal magnetofónica.
-Me voy -dice el periodista- no sin antes decirle que considero que la biblioteca que usted y su esposa sostienen es una forma de resistencia.
-Sí, claro que sí, además de placer, por lo menos en mi caso. Organizar un ciclo de cine ahí me da mucho placer; después vuelvo a mi casa, tomo un poco de vino y nada más. Esa es una forma de resistencia sí, hay un debate, decimos cosas, y antes de tomar el vaso de vino me pregunto: ¿Cuánto sirve esto? Esto contribuye, es, cómo decirle, como dos, tres…vamos a ser generosos, una docena de granos de arena en un mar. 

**Texto publicado el 26 de diciembre de 2016.


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